CATÁLOGO | Panorama de narrativas
Calendas griegas
«El autor, inicialmente, había elegido para éstos, sus últimos o penúltimos escritos, un destino de samizdat subterráneo; pero acepta ahora, disciplinadamente, la obligación de someterse una vez más a las juiciosas -acaso santas-banderas de la sociedad literaria, y exhibirse, de esta forma, hasta el fin.» La ironía un tanto amarga de esta confesión de Bufalino se refiere a su inicial voluntad de difundir esta singular fantasía autobiográfica entre unos pocos amigos, restringiéndola a unas cuantas copias: lo que él llamaba un «samizdat subterráneo». Pero alguno de esos happy few hizo pública la buena nueva, y el libro salió a la luz, aunque sin perder un ápice de su aire algo secreto, de su elegancia sutil, que aquí supera incluso a la de las anteriores obras de Bufalino.
Y, de todas formas, no es necesario ser ingenuo: Bufalino sabe «exhibirse» como pocos estarían en condiciones de intentarlo; y lo hace bajo la forma de la autobiografía de un fantasma, de una entidad en la que lo real y lo ficticio se tejen indiscerniblemente. Frente a la rutinaria efusión autobiográfica, con la que muchos autores suelen repetir como si fueran novedosas las experiencias que -en mayor o menor grado- todos hemos vivido, Bufalino descarta todo sentimentalismo de la memoria para establecerse en el juego sublime del ensanchamiento literario de la experiencia; empezando desde el título -«calendas griegas» se dice de los días imposibles, de lo que nunca sucederá- y concretándolo en la minuciosa construcción formal del relato: los cambios de narrador, las incrustaciones de diálogos dramáticos y de novela epistolar, la división de los capítulos según las populares estampas que representan las diversas edades del hombre.
Aquí los recuerdos de infancia, la iniciación sexual, el servicio militar durante la guerra, la experiencia del fascismo, el amor, la larga convalecencia, el regreso a Sicilia, la vejez, los libros... tienen a un tiempo la fuerza tenuemente melancólica de lo vivido (o, tratándose de Bufalino: de lo que parece realmente vivido) y la seducción inquietante de su doble: la fábula, lo soñado, lo imaginado, lo fingido, lo que se trama en el trabajo artístico de la escritura.
«El juego entre ficción y realidad es el fundamento de toda obra literaria, pero tal vez nunca ha sido jugado con tal irónico cálculo y con tanta inteligencia crítica como lo hace Gesualdo Bufalino en estas Calendas griegas» (Giorgio Bárberi Squarotti, Tuttolibri).
«Tras el memorable exordio que significó Perorata del apestado, éste es, probablemente, el mejor Bufalino» (G. Pampaloni, Il Giornale).
«En la narración de la propia existencia libresca... Bufalino da una muestra más de su gran inteligencia y sofisticación, sorprendente incluso en un gran escritor» (Rolando Damiani, Il Gazzetino).
RESEÑAS DE PRENSA
«El autor, inicialmente, había elegido para éstos, sus últimos o penúltimos escritos, un destino de samizdat subterráneo; pero acepta ahora, disciplinadamente, la obligación de someterse una vez más a las juiciosas -acaso santas-banderas de la sociedad literaria, y exhibirse, de esta forma, hasta el fin.» La ironía un tanto amarga de esta confesión de Bufalino se refiere a su inicial voluntad de difundir esta singular fantasía autobiográfica entre unos pocos amigos, restringiéndola a unas cuantas copias: lo que él llamaba un «samizdat subterráneo». Pero alguno de esos happy few hizo pública la buena nueva, y el libro salió a la luz, aunque sin perder un ápice de su aire algo secreto, de su elegancia sutil, que aquí supera incluso a la de las anteriores obras de Bufalino.
Y, de todas formas, no es necesario ser ingenuo: Bufalino sabe «exhibirse» como pocos estarían en condiciones de intentarlo; y lo hace bajo la forma de la autobiografía de un fantasma, de una entidad en la que lo real y lo ficticio se tejen indiscerniblemente. Frente a la rutinaria efusión autobiográfica, con la que muchos autores suelen repetir como si fueran novedosas las experiencias que -en mayor o menor grado- todos hemos vivido, Bufalino descarta todo sentimentalismo de la memoria para establecerse en el juego sublime del ensanchamiento literario de la experiencia; empezando desde el título -«calendas griegas» se dice de los días imposibles, de lo que nunca sucederá- y concretándolo en la minuciosa construcción formal del relato: los cambios de narrador, las incrustaciones de diálogos dramáticos y de novela epistolar, la división de los capítulos según las populares estampas que representan las diversas edades del hombre.
Aquí los recuerdos de infancia, la iniciación sexual, el servicio militar durante la guerra, la experiencia del fascismo, el amor, la larga convalecencia, el regreso a Sicilia, la vejez, los libros... tienen a un tiempo la fuerza tenuemente melancólica de lo vivido (o, tratándose de Bufalino: de lo que parece realmente vivido) y la seducción inquietante de su doble: la fábula, lo soñado, lo imaginado, lo fingido, lo que se trama en el trabajo artístico de la escritura.
«El juego entre ficción y realidad es el fundamento de toda obra literaria, pero tal vez nunca ha sido jugado con tal irónico cálculo y con tanta inteligencia crítica como lo hace Gesualdo Bufalino en estas Calendas griegas» (Giorgio Bárberi Squarotti, Tuttolibri).
«Tras el memorable exordio que significó Perorata del apestado, éste es, probablemente, el mejor Bufalino» (G. Pampaloni, Il Giornale).
«En la narración de la propia existencia libresca... Bufalino da una muestra más de su gran inteligencia y sofisticación, sorprendente incluso en un gran escritor» (Rolando Damiani, Il Gazzetino).